No obstante, las deficiencias del sistema eran patentes. Con frecuencia algún nodo permanecía inactivo días o semanas, y la estructura de la red era tan rígida que esto interrumpía el flujo de los mensajes hacia todos los centros cuyo camino pasaba por ese nodo. Como consecuencia, no era infrecuente que un mensaje de correo electrónico "desapareciera" o alcanzase su destino tras varias semanas de espera. En esas circunstancias, aparecía hace ahora diez años, RedIRIS como un proyecto en el que se pretendía dotar al país de una verdadera red que interconectase los equipos informáticos distribuidos sobre la geografía española, adoptando las ideas definidas por ARPANET, la red académica y de defensa de los EE.UU., que constituyó el germen de lo que hoy en día conocemos como Internet. Es evidente que fueron necesarios unos años para que las repercusiones del proyecto de RedIRIS revirtieran en el quehacer cotidiano de la comunidad científica española. Por otra parte, durante el mismo periodo se produce el advenimiento de las estaciones de trabajo personales, que empezaron a desplazar el centro de gravedad de las tareas computacionales desde los Centros de Cálculo hacia los propios grupos de investigación. Y es así como en torno a 1991, un gran número de centros y grupos de investigación en el país empiezan a disponer ya de equipos de cálculo conectados a Internet, gracias a RedIRIS. De esta manera, casi sin notarlo los recursos de cálculo se multiplicaron milagrosamente, gracias a la posibilidad de acceso a ordenadores remotos. Además, Internet dejó a nuestra disposición cantidades ingentes de software compartido por la comunidad científica internacional que desde entonces ha facilitado -y abaratado- la tarea científica. Utilidades de gestión de sistemas operativos, de visualización de datos, bibliotecas matemáticas, y finalmente todo un sistema operativo que nació y creció con Internet: Linux, quedaron al alcance de todos.
En los años siguientes se produjo una difusión gradual del uso de este tipo de recursos, en particular del correo electrónico, entre la comunidad científica en general. El uso habitual del correo electrónico, por fin completamente fiable, desplazó en un gran número de casos al correo convencional, tanto en las comunicaciones entre científicos como para el envío de artículos a revistas científicas, agilizando el proceso de publicación y evaluación de trabajos y proyectos. Se ha tratado sin duda de un cambio sutil y progresivo que ha introducido modificaciones radicales en nuestra forma de trabajar, facilitando la colaboración nacional e internacional hasta extremos impensables hace años.
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